En América Latina, en general, y Chile, en particular, las derechas han jugado un rol protagónico en los destinos de nuestras sociedades. No debemos olvidar que los procesos independentistas son, en gran parte, tributarios ideológicamente de los grupos que hoy denominaríamos de derecha. De ahí, que no es menor adjudicarles un sitio en el análisis del desarrollo de nuestros Estados.
Entonces, ¿qué es la “derecha”? En general, la derecha es un término un tanto más difícil de precisar que el de la “izquierda”, que generalmente se organiza sobre la base de principios explícitos. Algunos han calificado la derecha sólo como “una variedad de respuestas a la izquierda”. Pero, no creo que ello ayude demasiado a identificar a este sector. Más bien, la derecha se estructura en rechazo a tendencias políticas igualitarias y liberadoras de un momento determinado, y a factores que, a su juicio, socavan el orden social y económico. Manifiesta un temor a que estos impulsos niveladores y aquellos ideales revolucionarios puedan debilitar algunos de sus más preciados tesoros sociales, a saber: el respeto por la autoridad, la propiedad privada, las tradiciones, la idea de familia, el territorio y la nación.
Los estudiosos de las derechas latinoamericanas, han descubierto la existencia del al menos dos tipos: a) la vieja derecha finisecular, que aceptaba el gobierno representativo y otros principios liberales; b) la nueva derecha, más autoritaria y antiliberal que su predecesora, se consolidó en América Latina después de la Primera Guerra Mundial. Ésta se caracterizó por despreciar la política electoral. Al respecto, creo que es necesario consignar que es más preciso para el estudio de la derecha, hablar de derechas, ya que este término da cuenta de que las derechas no son un conjunto único, no diferenciado.
Durante el siglo XIX, la oligarquía liberal que dirigían los destinos de Chile (que luego conformarán lo que políticamente conocemos como derecha), consideraban que el Estado debía proteger la vida, la propiedad y las fronteras. De lo demás de la vida nacional, se encargaba el sector mercantil, minero y terrateniente. Esta situación fue variando hacia la década de 1930, cuando luego de un arduo debate parlamentario y de algunos sucesos nefastos, como el terremoto de 1939 en el sur de Chile, la clase política asume el control del Estado y lo transforma en el impulsor del sistema económico. La antigua oligarquía (de derecha) entonces, representada por la SOFOFA (Sociedad de Fomento Fabril) y la SNA (Sociedad Nacional de Agricultura), fueron incapaces de ejercer el liderazgo económico. De esta manera comienza una cierta tradición estatista que por una especie de “contagio cultural e ideológico”, ha sido transversal a la población en general. No olvidemos que cada vez que hay un problema en transporte, salud, educación, etc. Se esgrime la necesidad que exista una empresa estatal de transporte, que la salud sea estatal (y no privada), y que la educación vuelva al Estado. Si hasta cuando fue el episodio de la colusión de farmacias se habló de una farmacia estatal. Pareciera que el Estado panacea resolverá los problemas de la comunidad.
Las Fuerzas armadas también han tenido una tradición estatista. Hasta que llegó el 11 de septiembre de 1973, cuando Augusto Pinochet se inclinó -no sin oposición- por el neoliberalismo. La década de los 70 vio nacer a nivel global un nuevo tipo de sistema económico: el capitalismo global; el cual, junto al avance tecnológico, constituyeron los pilares de lo que hoy denominamos “globalización”. El mundo cambio, y por ende, las relaciones sociales y económicas. A comienzos de los 80’s el neoliberalismo imperante requiere dos condiciones para desarrollarse: a) la jibarización del Estado y b) la privatización de las empresas. Al parecer esta receta funcionó, no sin costos sociales inmensos. No lo sabremos los chilenos que padecimos la recesión de la década de los ochenta. El “pateando piedras” de los prisioneros cobraba sentido.
La derecha, incondicional a la adopción de dicho modelo, se entregó a los brazos seductores del mercado. Después de todo había sido esta estrategia de desarrollo la que les había dado pingües beneficios y proporcionado estabilidad al gobierno, por supuesto protegiendo la empresa, sincerando las finanzas y fragmentando el tejido social. Todo iba bien en su modelo, claro que reconociendo las crisis periódicas y las desigualdades sociales (que, por lo demás, es colateral al capitalismo). Así llegó la crisis de 2008. Ella remeció el sistema capitalista global. Donde incluso personalidades como Alan Greenspan, gurú del neoliberalismo, admitió que el libre juego del mercado no era suficiente para dar bienestar y desarrollo y, a nuestro entender, gobernabilidad a los Estados.
Entonces, ¿qué es la “derecha”? En general, la derecha es un término un tanto más difícil de precisar que el de la “izquierda”, que generalmente se organiza sobre la base de principios explícitos. Algunos han calificado la derecha sólo como “una variedad de respuestas a la izquierda”. Pero, no creo que ello ayude demasiado a identificar a este sector. Más bien, la derecha se estructura en rechazo a tendencias políticas igualitarias y liberadoras de un momento determinado, y a factores que, a su juicio, socavan el orden social y económico. Manifiesta un temor a que estos impulsos niveladores y aquellos ideales revolucionarios puedan debilitar algunos de sus más preciados tesoros sociales, a saber: el respeto por la autoridad, la propiedad privada, las tradiciones, la idea de familia, el territorio y la nación.
Los estudiosos de las derechas latinoamericanas, han descubierto la existencia del al menos dos tipos: a) la vieja derecha finisecular, que aceptaba el gobierno representativo y otros principios liberales; b) la nueva derecha, más autoritaria y antiliberal que su predecesora, se consolidó en América Latina después de la Primera Guerra Mundial. Ésta se caracterizó por despreciar la política electoral. Al respecto, creo que es necesario consignar que es más preciso para el estudio de la derecha, hablar de derechas, ya que este término da cuenta de que las derechas no son un conjunto único, no diferenciado.
Durante el siglo XIX, la oligarquía liberal que dirigían los destinos de Chile (que luego conformarán lo que políticamente conocemos como derecha), consideraban que el Estado debía proteger la vida, la propiedad y las fronteras. De lo demás de la vida nacional, se encargaba el sector mercantil, minero y terrateniente. Esta situación fue variando hacia la década de 1930, cuando luego de un arduo debate parlamentario y de algunos sucesos nefastos, como el terremoto de 1939 en el sur de Chile, la clase política asume el control del Estado y lo transforma en el impulsor del sistema económico. La antigua oligarquía (de derecha) entonces, representada por la SOFOFA (Sociedad de Fomento Fabril) y la SNA (Sociedad Nacional de Agricultura), fueron incapaces de ejercer el liderazgo económico. De esta manera comienza una cierta tradición estatista que por una especie de “contagio cultural e ideológico”, ha sido transversal a la población en general. No olvidemos que cada vez que hay un problema en transporte, salud, educación, etc. Se esgrime la necesidad que exista una empresa estatal de transporte, que la salud sea estatal (y no privada), y que la educación vuelva al Estado. Si hasta cuando fue el episodio de la colusión de farmacias se habló de una farmacia estatal. Pareciera que el Estado panacea resolverá los problemas de la comunidad.
Las Fuerzas armadas también han tenido una tradición estatista. Hasta que llegó el 11 de septiembre de 1973, cuando Augusto Pinochet se inclinó -no sin oposición- por el neoliberalismo. La década de los 70 vio nacer a nivel global un nuevo tipo de sistema económico: el capitalismo global; el cual, junto al avance tecnológico, constituyeron los pilares de lo que hoy denominamos “globalización”. El mundo cambio, y por ende, las relaciones sociales y económicas. A comienzos de los 80’s el neoliberalismo imperante requiere dos condiciones para desarrollarse: a) la jibarización del Estado y b) la privatización de las empresas. Al parecer esta receta funcionó, no sin costos sociales inmensos. No lo sabremos los chilenos que padecimos la recesión de la década de los ochenta. El “pateando piedras” de los prisioneros cobraba sentido.
La derecha, incondicional a la adopción de dicho modelo, se entregó a los brazos seductores del mercado. Después de todo había sido esta estrategia de desarrollo la que les había dado pingües beneficios y proporcionado estabilidad al gobierno, por supuesto protegiendo la empresa, sincerando las finanzas y fragmentando el tejido social. Todo iba bien en su modelo, claro que reconociendo las crisis periódicas y las desigualdades sociales (que, por lo demás, es colateral al capitalismo). Así llegó la crisis de 2008. Ella remeció el sistema capitalista global. Donde incluso personalidades como Alan Greenspan, gurú del neoliberalismo, admitió que el libre juego del mercado no era suficiente para dar bienestar y desarrollo y, a nuestro entender, gobernabilidad a los Estados.
De ahí que en el debate presidencial, Jorge Arrate, candidato de la izquierda, pudo proclamar los vicios del mercado y su tradición allendista, y nadie lo cuestionó. De ahí que, el candidato de la derecha –Sebastián Piñera- propuso lo que habría sido anatema hace unos pocos años atrás, una especie de “Sernac” para los bancos (¡!?), y hasta el mismo Eduardo Frei, quien ha sido el presidente más privatizador de los gobiernos de la Concertación sostuvo la idea de “más Estado y menos Mercado”. Marco Enríquez-Ominami, se sumó a esta crítica hacia el mercado, aunque se considere un liberal progresista.
¿Populismo? ¿Discursos engañosos que buscan atraer al electorado seduciéndolo con lo que éste quiere escuchar, pero que a la hora de gobernar no aplicarán? O ¿En verdad la derecha está convencida que el Estado y no el Mercado es la estrategia de desarrollo que debe aplicarse en Chile?, como dice un querido amigo, “juzgue usted señor lector”.
Recientemente, Andrés Benitez, Rector de la Universidad Adolfo Ibañez, escribió un artículo titulado "Son tan malas las ideas de la derecha", que polemiza en torno a la actitud de Piñera en el debate presidencial. Lo dejo con ustedes para su opinión.
Recientemente, Andrés Benitez, Rector de la Universidad Adolfo Ibañez, escribió un artículo titulado "Son tan malas las ideas de la derecha", que polemiza en torno a la actitud de Piñera en el debate presidencial. Lo dejo con ustedes para su opinión.